Es natural hablar del tejido adiposo, ya que cumple funciones fundamentales para el equilibrio de nuestro organismo. Fundamentalmente, en la amortiguación y relleno para proteger otros tejidos.
Tiene un gran valor como fuente de energía secundaria, en su gran actividad metabólica y como reserva hormonal.
Su mala fama se asocia al exceso de crecimiento del tejido, que provoca un aumento de peso, o a su distribución corporal.
La adiposidad localizada responde a características morfológicas que no siempre coinciden con el esquema de la adiposidad generalizada.
El mapa que delinea el cuerpo es inherente a la herencia genética, a los hábitos alimenticios, a la postura, a la disciplina desarrollada, al aporte hormonal, a problemas metabólicos o a ejercicios físicos.