Aunque no se sabe exactamente si fueron los chinos, los egipcios o los romanos quienes pueden reivindicar la paternidad de la aplicación de las primeras curas termales, la cuestión fundamental es que, si bien mejorada en el transcurso del tiempo, esta medicina milenaria ha permanecido fiel a su principio fundador: tratar a través de las aguas minerales.
La particular composición química de estas aguas les confiere virtudes terapéuticas reconocidas por la Academia de Medicina.
Las aguas minerales son clasificadas en cinco grandes categorías (bicarbonatadas, sulfatadas, sulfuradas, cloradas y oligometálicas débilmente mineralizadas) y son utilizadas en doce orientaciones terapéuticas.